Rocío Molina Premio Nacional de Danza
Por Paco Vargas
En la revolución del arte flamenco que viene sucediendo en los últimos años, el baile está teniendo un protagonismo evidente y glorioso, reivindicativo y consciente de su papel rupturista en pos de una estética nueva, que está suponiendo el nacimiento de un baile nuevo -distinto- en lo formal, con novedosas puestas en escena a la vez que enriquecido con las aportaciones de otras formas dancísticas, de tal modo que hoy no parece estar clara la diferenciación entre los términos bailaor y bailarín -valga la expresión en su género femenino- por cuanto las formas más primitivas y las más delicadas han llegado a un punto de encuentro donde la danza flamenca surge esplendorosa.
A la luz de los hechos, hemos de reconocer -y alegrarnos- que tras unos años de sequía estamos asistiendo –también en Málaga- a un glorioso y magnífico resurgir de la danza flamenca de la mano de los jóvenes valores, pero sin perder de vista a los viejos maestros, algunos aún en activo. A esta generación de novísimos pertenece Rocío Molina, nuestra protagonista.
Cuando la conocí era una niña. Despabilada y resuelta, intuí enseguida, nada más hablar con ella, que sería bailaora. Luego de verla salir del marco de un cuadro soñado, cual figura idealizada por el pincel sensible y certero, supe con certinidad que sería una buena bailaora. El tiempo, su enorme afición, una legítima ambición artística, el trabajo, el sacrificio y el apoyo de los que la quieren han conseguido que mi pronóstico se hiciera realidad. Eso ocurrió en la Casa de Álora-Gibralfaro de Málaga. Allí comenzó su carrera como bailaora, con el apoyo de sus padres y de sus amigos. Pero ése sería sólo el principio.
Rocío Molina comenzó sus estudios de baile en el Conservatorio de Málaga a los siete años y se graduó con matrícula de honor en el Conservatorio de Danza de Madrid en 2002. Mientras compaginaba actuaciones en galas y concursos con los estudios, seguía preparándose con distintas maestras entre las que es de justicia resaltar a una de las mejores bailaoras de Málaga, Susana Lupiáñez "La Lupi", con la que aprendió bailes, técnicas, pies, brazo.
A lo largo de su corta carrera, pues es muy joven, ha logrado galardones tales como el Premio de Baile de Ubrique, el Premio de Baile de La Línea, el Premio Nacional de Danza de Estepona. Y como coreógrafa, fue premiada en el XI Certamen de Coreografía de Madrid 2002. En 2003 participa en el Circuito Flamenco de Madrid, actúa como artista invitada en el tablao madrileño Las Carboneras y viaja a Corea con el Espectáculo Flamenco de Ramón García. En 2004 participa en “Gala Flamenca”, un estreno del Festival Internacional de Música de Santander, junto a Carmen Cortés y Alejandro Granados, entre otros. Por otra parte, en el festival “Más Jóvenes, Más Flamenco” (Bienal de Sevilla 2004) dejó una huella indeleble de su baile y un recuerdo imborrable de su arte. Reclamada –y aclamada- en los más grandes eventos flamencos, hoy es una bailaora consagrada, con notables éxitos dentro y fuera de España. Con su propia compañía ha recorrido los principales escenarios de países como Japón, Francia e Italia.
Siempre pensé que Rocío Molina daría mucho que hablar debido a su consciente y plena dedicación que la lleva por los caminos que conducen al éxito. Niña prodigio, artista de los pies a la cabeza, le acompaña una personalidad excepcional que impregna su baile. Rocío Molina es el baile ondeado, sensual, de esplendente belleza, emocionado y emocionante. Así, bailando por guajiras es el agua, sinuosa y transparente. Esta joven bailaora malagueña busca y rebusca en todo su cuerpo hasta lograr un baile de gran expresividad. De exquisita elegancia en su braceo, su baile flamenco, que mira al pasado para no perderse en el futuro, se crece con arranques de fuerza incontenible que aportan frescura y espontaneidad a su concepto del baile, que es de ahora y será eterno.
